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Si tú comes bien, ellos comen bien (o casi)

Una buena parte de los padres viven preocupados por la calidad de la alimentación de sus hijos.

Y hacen bien, ya que junto a la adecuada pauta de actividad física -y la evitación de hábitos tóxicos- esta es una parte indispensable de su deseado buen estado de salud. Y aún más, y de su pronóstico de salud a lo largo de la vida.

Pero, ¿cómo se pueden propiciar esos buenos hábitos desde una edad temprana? Hay que ser claro: cuanto antes empecemos, mejor.

La implantación temprana de un patrón de alimentación saludable va a determinar en buena medida la continuidad de dichos buenos hábitos a medida que nuestros hijos cumplan años y alcancen la adultez.

Para luego es tarde...

Actualmente, existe evidencia científica sólida que respalda que la exposición temprana (cuanto antes mejor) a una amplia variedad de alimentos saludables, empezando por la lactancia materna y continuando durante el período perinatal con la alimentación complementaria, promueve la aceptación a largo plazo de los alimentos que incluyamos.

Los niños, en la medida que su desarrollo los va haciendo poco a poco más autónomos, son seres terriblemente imitativos, y lo primero que imitan es aquello que tienen más cerca: sus padres.

Tú eres su modelo. Sois su primer modelo.

Y si vosotros lo hacéis bien, junto a ellos, habrá muchas más probabilidades de que en el futuro ellos lo hagan bien por su cuenta. Lo que aprenda un día, le beneficiará el día de mañana y perdurará a lo largo de su vida.

Esta es una de las razones por las que tantos padres se preocupan por cómo reorganizar u ordenar su estilo de alimentación ante la llegada de un nuevo miembro de a la familia. Y una de las claves consiste en saber regatear a la industria alimentaria malsana.

Pero nunca es (del todo) tarde si la dicha es buena

Si a pesar de lo dicho no se comenzó todo lo bien que en un momento hubiera sido deseable, la misma evidencia científica es concluyente a la hora de apuntar que, si bien no es lo ideal (o lo más fácil), nunca es tarde para empezar siempre que haya unas buenas dotes educadoras.

Porque, recuerda, se trata de educar y no de imponer. Por eso, cuanto antes se empiece, es más fácil.

Consejos para guiar una alimentación saludable con los hijos

Así pues, ¿cómo pueden los padres educar a sus hijos para que estos sigan una buena alimentación durante el resto de su vida de forma autónoma?

  • Como decía, cuanto antes se empiece tanto mejor, y este inicio puede realizarse ya desde el mismo momento del embarazo. Diversos estudios sugieren que, para promover las mejores preferencias alimentarias, las mujeres embarazadas incluyan en su propia dieta alimentos saludables propios de la dieta de la cultura a la que se pertenece.
  • Esto mismo aplica al periodo de lactancia materna que es lo ideal (exclusiva, y hasta los 6 meses tal y como recomienda la Organización Mundial de la Salud). Una dieta variada y saludable de la madre durante este periodo amplía la exposición a sabores variados de alimentos saludables a través de la leche materna y esto podría promover aún más la aceptación de estos alimentos entre los bebés alimentados con leche materna.
  • El inicio de la alimentación complementaria (ya sea que se practique la lactancia materna o artificial) marcará un antes y un después en la aceptación de nuevos alimentos en el caso del bebé. Así, una de las reglas más elementales consiste en exponer al bebé a una oferta de alimentos saludables en un entorno en el que quizá lo más importante es el ejemplo que le dan a los padres comiendo lo mismo. Sí, un bebé, teniendo en cuenta las necesarias adaptaciones de textura y de tamaño de ración, puede y debe comer lo mismo que comen sus padres.
  • Ni que decir tiene que durante este periodo habrá que seguir unas normas mínimas al respecto de la introducción de los distintos alimentos para poder identificar, llegado el caso, posibles reacciones de alergia e intolerancia. En este sentido, tanto los profesionales de la pediatría, pero muy en especial los profesionales de la nutrición humana y dietética pueden ofrecer indicaciones precisas a este respecto.
  • No obligues a comer en ningún momento. Y no lo hagas con ninguna estrategia, ni la imposición, ni las amenazas, ni el chantaje. No existe una buena estrategia cuando de obligar a comer se trata. Lo creas o no, el apetito de un niño es el mejor indicador de la cantidad que ha de comer. Ni tu pediatra, ni la abuela, ni el nutricionista lo saben: en un niño sano, el que mejor sabe la cantidad que tiene que comer es ese mismo niño.
  • Es preciso tener en cuenta e interiorizar que durante el crecimiento y desarrollo el apetito es una señal especialmente errática e impredecible. Así que no hay porqué preocuparse porque un bebé o un niño coman “poco” algunos días en comparación con otros en los que coman “mucho”. Este hecho lo explican de maravilla el nutricionista Julio Basulto y el pediatra Carlos González en sus respectivos libros: “Se me hace bola” y “Mi niño no me come”.
  • Recuerda que, sea la edad que sea que tenga tu hijo, tú serás su modelo. Al principio, además, su único modelo, y si tú comes bien habrá muchas probabilidades de que él también lo haga.
  • En sentido inverso, resulta anti educador el imponer una serie de elecciones alimentarias a nuestros hijos y nosotros no practicarlas. A fin de cuentas, y tal y como dijo Einstein “educar con el ejemplo no es una manera de educar, es la única”.

Por último, ten en cuenta que educar a un hijo no es una tarea ni sencilla, ni simple, influyen multitud de aspectos. Tanto que lo que en su día pudo valer para uno, puede no ser efectivo para otro.

Por ello la constancia y el convencimiento de estar haciendo lo correcto es una pieza fundamental en este rompecabezas. Obtengamos el resultado final que obtengamos.



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