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La importancia de la alimentación en las enfermedades crónicas

Nuestras elecciones alimentarias son, con poco género de dudas, el hábito modificable que más va puede condicionar nuestra esperanza de vida y la salud durante esa vida

Un impresionante estudio publicado en la reputada revista The Lancet concluyó que, hoy en día, los malos hábitos alimentarios son responsables de más fallecimientos en el panorama mundial que aquellos que se le atribuyen al tabaco, a la presión arterial elevada o a cualquier otro riesgo para la salud. Este trabajo se considera como el análisis más completo jamás realizado sobre los efectos de la alimentación en la salud.

Para llegar a estas conclusiones se estudió la evolución de los hábitos de vida (con especial interés sobre los dietéticos) de los habitantes de 195 países entre 1990 y 2017, poniéndolos en relación con las enfermedades que padecían y las causas de fallecimiento. Entre los resultados concretos, se observó que en 2017 las dietas inadecuadas fueron responsables de 10,9 millones de fallecimientos (el 22 % de todas las muertes en ese año), siendo las enfermedades cardiovasculares la causa principal (9,5 millones de muertes), seguidas por el cáncer (cerca de 1 millón) y la diabetes (entorno a las 330.000 muertes). Frente a este dato, al tabaquismo se le atribuyó ser la causa de 8 millones de muertes, y a la presión arterial elevada de 10,4 millones en aquel mismo año.

Las diferencias del ayer y el hoy

Observar el antes y el después de la conocida como transición epidemiológica (aquella que describe las diferencias en las causas de la muerte de una población a medida que su nivel de desarrollo aumenta) debería hacernos reflexionar al respecto de cómo afrontamos el futuro de nuestra salud. Antes, tan solo 60 o 70 años atrás, nos moríamos de enfermedades infecciosas, por la escasez de alimentos, por la limitada higiene alimentaria e incluso a causa de ciertas deficiencias nutricionales. Hoy ese escenario es completamente distinto. Ya no nos morimos de aquello, y las conocidas como enfermedades no transmisibles: enfermedad cardiovascular, diabetes, cáncer, etcétera las han sustituido como causa de mortalidad.

Los años de vida sana perdidos

Pero la alimentación no solo es importante, lo más importante, en relación a las causas de fallecimiento. También lo es como motor del incremento de los años de vida sana perdidos, es decir, que una mala alimentación como es evidente, también nos hace enfermar y perder por tanto calidad de vida. 

Los elementos clave de las malas dietas

Aunque hay bastantes variaciones entre países sobre cuáles son los hábitos dietéticos que definen una mala alimentación, existen tres denominadores comunes que, en suma, abarcan el 50% de los fallecimientos relacionados con la dieta:

  • Bajo consumo de alimentos vegetales frescos; frutas, verduras y hortalizas
  • Alto consumo de sal o sodio
  • Bajo consumo de alimentos integrales

En suma, tal y como se puede inferir con facilidad a partir de estos datos, la alta presencia de ultraprocesados (que son especialmente ricos en sal o sodio y que no tienen nada de integrales por mucho que su denominación comercial lo pueda llegar a afirmar) unida a la baja presencia de vegetales son la clave. Un “más mercado y menos supermercado” en toda regla. En realidad, nada que no supiéramos, pero este trabajo vuelve a señalar que el camino correcto es que ya conocíamos. Aunque, tal y como se puede contrastar por los datos actuales, no es nada fácil seguirlo o mantenerse en él.

¿Soluciones?

Las soluciones que se puedan llegar a plantear son más teóricas que prácticas. Bastaría con realizar más elecciones alimentarias centradas en alimentos frescos y dejar a un lado la de los ultraprocesados. Sin embargo, hemos de ser conscientes de que tanto la oferta como la presencia de esos ultraprocesados va a seguir creciendo, al tiempo que cada vez va a ser más complicado, pero no imposible, acceder a los alimentos frescos. De entrada, porque cada vez tenemos menos conocimiento de cómo realizar una compra con alimentos frescos y porque cada vez cocinamos menos. Ambos requisitos indispensables para darle la vuelta a la tortilla.

Al final, sabiendo que el escenario en el que nos vamos a mover no nos lo va a poner fácil, y que las autoridades sanitarias tampoco van a estar por la labor de ofrecer una ayuda verdadera, parece que todo va a terminar dependiendo del interés y el compromiso de cada uno consigo mismo y con los que le rodean. En especial con los más pequeños para ser capaz de educar y transmitir la importancia de unos adecuados hábitos alimentarios.

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