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¿Sabes cómo detectar el azúcar en los productos?

A algunas personas les cuesta identificar el contenido en azúcar de los productos y este proceso les supone una amarga experiencia. Aquí tienen todas las claves que necesitan.

Aunque con menos intensidad que la de hace unos años, el azúcar en los alimentos sigue siendo uno de los cuatro jinetes del Apocalipsis nutricional (puedes repasar conceptos básicos en esta otra entrada). Así, las alegaciones “sin azúcares”, “sin azúcares añadidos”, “bajo en azúcar” o similares, siguen siendo algunos de los mensajes más socorridos para adornar los envases de casi no importa qué producto de cierta industria alimentaria. Y no nos engañemos, si están ahí es porque los fabricantes saben que hay una masa crítica de consumidores que aprecian dichos reclamos. Pero ¿conoces los subterfugios que muchas veces se emplean para confundirte e incluso engañarte aun respetando en la mayor parte de los casos la legislación? Presta atención porque casi seguro que te llevarás alguna sorpresa.

Azúcares añadidos

Aunque no lo creas, los denominados “azúcares añadidos” no son los malos-malos de esta azucarada película. Bueno, quiero decir que al menos no son los peores, aunque es cierto que tienen su peligro. Pero es un peligro que con la suficiente formación (no demasiada) se ve venir de lejos. Por “azúcares añadidos” se entienden todos aquellos carbohidratos simples que el fabricante o productor introduce en la formulación de un producto y que, por tanto, figurarán en la lista de ingredientes. Por cierto, tú mismo puedes incluir “azúcares añadidos” cuando los pones en tu café, yogur, etcétera.

Esta es la parte fácil, porque se ven venir, porque está escrita. El problema, llegados a este punto, es que ese azúcar no siempre queda deletreado a-z-u-c-a-r como tal en la lista de ingredientes. Se le ponen otros nombres y el consumidor puede que no los termine de identificar como lo que realmente son. Por ejemplo, algunos de los más frecuentes pueden ser: sacarosa (que es el azúcar de los azucareros), glucosa, fructosa, dextrosa, maltodextrina, jarabe de maíz (a secas o con “alto en fructosa” añadido), sirope de agave (o de lo que sea). No es una lista cerrada, puede haber muchos más. 

Pero cuidado, que la cosa se complica un poco. Porque además nuestra legislación indica que también se considerarán “azúcares añadidos” aquellos ingredientes incorporados con la finalidad de aportar dulzor al producto. Es decir, que además de los azúcares con una nomenclatura química más o menos explícita como las que has leído, se considerará que el producto contiene “azúcares añadidos” cuando incorporen, por ejemplo: miel, dátiles o pasta de dátiles, siropes o concentrados de fruta, etcétera.

Azúcares libres

Que su nombre “libre” no te engañe, porque estos sí que sí personifican al villano nutricional por antonomasia. Son aquellos carbohidratos que la propia OMS identificó como aquellos “azúcares añadidos a alimentos y bebidas por el fabricante, el cocinero o el consumidor [los que acabamos de ver], además de los azúcares naturalmente presentes en la miel, los jarabes (siropes) y los zumos de frutas”. Es decir que los encontramos en aquellos que ya hemos mencionado anteriormente y también en alimentos que no los tienen “añadidos” como la miel, zumos de fruta (¿te acuerdas?) y sus siropes (o jarabes). 

Bien, ya sabemos dónde encontrarlos, pero ¿por qué son tan malos los libres? Es sencillo, porque son aquellos que se absorben rápidamente y que por tanto hacen aumentar de forma rápida la glucemia y la insulinemia (glucosa e insulina en sangre, respectivamente), siendo esta una situación metabólica que conviene no mantener.

La mayor (y mejor) trampa jamás urdida

Si creías que el asunto no se podía complicar y retorcer aún más, estabas equivocado. Cierta industria alimentaria ha sabido encontrar un auténtico Caballo de Troya para colársela incluso a muchos de los consumidores más avispados. Consiste en incluir ingredientes que contengan carbohidratos complejos (no simples, no azúcares) y durante el proceso de elaboración someter el producto a una hidrólisis enzimática (lo siento por la expresión) que, lo que persigue, es dividir esos carbohidratos complejos y obtener sus constituyentes por separado: los carbohidratos simples, es decir azúcares. La perversión radica en que esa clase de productos puede afirmar en el etiquetado, y con la legislación en la mano, que son “sin azúcares añadidos”. Pueden, y por tanto lo hacen.

Una reflexión antes del final

En la actualidad, y pese al clamor de muchos consumidores y nutricionistas, no existe la obligación de declarar en el etiquetado la presencia de “azúcares añadidos”, algo que a priori podría ser una buena idea. Sin embargo, el grado de tergiversación de algunos fabricantes como el que acabamos de ver, hace que tengamos que plantearnos que, si algún día llega el momento de etiquetar los productos en este sentido, se haga para señalar los azúcares libres. Es decir, a los peligrosos de verdad, a los que señala con el dedo la OMS y a los que no se puede lavar la cara usando algún subterfugio legal. 

Guía rápida para no caer en los brazos del azúcar

Dicho lo dicho, lo mejor es dejar encima de la mesa una serie de recomendaciones para saber cómo funcionar con estas cuestiones:

  • El primer consejo es drástico pero también es el más eficaz: No consumas productos que incorporen declaraciones nutricionales respecto a su contenido en azúcar (bueno, ni sobre cualquier otro aspecto). Solo los culpables salen a la palestra, sin pedirles nada con antelación, para decir que ellos son muy buenos. Tip rápido: basa tu cesta de la compra en productos típicos de un mercado; esos que no llevan ningún tipo de alegaciones, que son reales. Reales, de los de verdad y en español.
  • Lee la lista de ingredientes y trata de descubrir aquellos que de una forma u otra se identifican con el azúcar. Recuerda que cuanto más al principio de esa lista los encuentres mayor cantidad habrá en relación al resto de ingredientes.
  • Escudriña la tabla de información nutricional ya que la presencia de azúcares totales es obligada. Razona entre las posibles incompatibilidades entre la lista de ingredientes y la información nutricional. Por ejemplo, si no encuentras azúcares por ningún lado y bajo ningún pseudónimo y sin embargo la información nutricional te revela una cantidad significativa, es que hay gato encerrado. Bueno, en realidad, lo que estará encerrado será ese azúcar.

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