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Consejos para mejorar la digestión y evitar problemas gastrointestinales

Origen y consejos sobre los problemas gastrointestinales

La salud digestiva, al igual que el resto de funciones vitales, no es equitativa. Con independencia de los condicionantes genéticos, que afectan de forma diferente a cada persona, existen también una serie de recomendaciones para optimizarla.

Nuestro bienestar digestivo está sujeto a tanta variabilidad, o quizá más, como la que refiere a cualquier otra característica fisiológica. Al igual que, por ejemplo, se puede nacer con una cierta predisposición para tener problemas en la visión (con alteraciones de la agudeza visual para ver bien tanto de cerca como de lejos), en el caso de la función digestiva sucede parecido.

Tal y como sucede en casi todos los aspectos relacionados con la salud de todas las funciones fisiológicas, en el caso de la función digestiva se podrán discriminar aquellos factores que sí son modificables -y sobre los que tenemos cierto control-, de aquellos que no son modificables. Así, ante la presencia de cierta sintomatología digestiva, sea la que sea, el primer consejo consistirá en revisar nuestros hábitos dietéticos y, el segundo, en descartar la presencia de alteraciones fisiológicas personales que condicionen esa situación. En ambos casos, sobre todo en el segundo, se hace imprescindible contar con la ayuda de un profesional sanitario especializado.

Causas fisiopatológicas por las que un alimento puede sentar mal

En el marco de las generalidades existen tres grandes grupos de causas por las que un alimento o familia de alimentos pueden sentar mal y ser origen de distintas reacciones adversas a los alimentos:

  • El alimento es tóxico o contiene un elemento tóxico que hará enfermar (con mayor o menor gravedad) a cualquier persona que lo ingiera. Puede parecer esta una cuestión de Perogrullo, pero es importante no descartarla. En este caso estaríamos ante alimentos que bien por su propia naturaleza (setas venenosas, pez globo, etcétera) o bien por cuestiones de seguridad alimentaria (salmonelosis, Listeria, Clostridium, etcétera) contengan elementos tóxicos. El consejo en estos casos es claro: atender siempre las mejores recomendaciones higienico-sanitarias de todo aquello que comamos, y estar atentos al origen de ciertas elecciones más o menos exóticas.
  • El alimento no es tóxico para la mayor parte de la población, pero posee un elemento ante el que el comensal es intolerante. Es lo que se conoce como “intolerancias alimentarias” e indica la incapacidad del usuario para digerir, metabolizar o eliminar algún nutriente del alimento en cuestión. Uno de los ejemplos más claros es el de la intolerancia a la lactosa, para la que se han descrito diversos escenarios dependiendo de los alimentos (que contienen lactosa) y de los afectados.
  • El alimento no es tóxico, pero es capaz de desencadenar una respuesta inmunológica desproporcionada en algunas personas. Se conocen como “alergias alimentarias” y los ejemplos son muy variados: pescado, frutos secos, huevo, leche, etcétera.
  • El diagnóstico de los dos últimos casos requiere de profesionales sanitarios para su correcto diagnóstico, típicamente especializados en alergología. Este aspecto es muy importante ya que, sobre todo en el terreno de las conocidas como intolerancias, existe un mercado relativamente popular de soluciones alternativas centradas en la pseudociencia. Lo más preocupante de estas propuestas es que, en no pocas ocasiones, se revistan de una cierta aura de seriedad que dificultan el más que probable fraude que proponen.

Situaciones importantes que hay que descartar

Más allá de la toxicidad o de las posibles alergias e intolerancias, cuando una persona padece de una sintomatología digestiva grave, importante y crónica, sería ideal ponerse en manos, de nuevo, con un profesional de la medicina, especializado en digestivo para descartar en base a su sintomatología el diagnóstico, entre otras, de:

El diagnóstico y el tratamiento del malestar digestivo es, en muchas ocasiones, esquivo

Con independencia de las patologías mencionadas, y que cuentan en la mayor parte de los casos con signos y criterios diagnósticos concretos que su identificación, el caso es que muchos pacientes se enfrentan a un auténtico calvario de consultas, pruebas y diagnósticos para terminar por poner un nombre a su problemática. Además, aun cuando se alcanza a poner una etiqueta, el tratamiento no siempre termina por ser todo lo satisfactorio que sería deseable.

Hay que ser consciente que el aparato digestivo consiste en un sistema que está particularmente en contacto con el exterior. A partir de este introducimos en nuestro organismo una amplia variedad de elementos de los cuáles desconocemos de forma íntima su composición e historial. A partir de ellos, el proceso digestivo rompe y atomiza los alimentos para incorporarlos a nuestra naturaleza. Por tanto, no es extraño que entre los miles, o incluso millones, de compuestos que ingerimos haya algún elemento que no sea compatible con nuestro bienestar.

Cuando el problema no es tu patología sino tus hábitos

Hasta este momento se ha tratado sobre todo de las posibles causas no modificables de los problemas intestinales. Todas debida a una patología particular presente en el comensal. Sin embargo, también es posible, e incluso probable dadas nuestras actuales circunstancias, que parte de ese malestar se deba a las (malas) elecciones dietéticas. Tal y como ya se ha puesto de relieve en infinidad de ocasiones en este canal, el actual contexto alimentario es un factor principal en las conocidas como enfermedades no transmisibles. Sin embargo, poco se habla de los efectos inmediatos de seguir una mala dieta. La presencia de alimentos ultraprocesados, más allá de suponer un mal pronóstico de salud a largo plazo, también están relacionados con nuestro bienestar -más bien malestar- inmediato. La alta presencia de sal, azúcar y grasas, característicos de estos productos, por no hablar de la cantidad de alcohol y de la baja presencia de fibra, condicionan de forma negativa, a la baja, nuestras sensaciones digestivas. Todo ello sin tener en cuenta la sobre ingesta que, en muchas ocasiones, se facilita a partir de esta clase de alimentos especialmente palatables y “adictivos”.

A pesar de la aparente vacuidad del consejo, y de su repetición, nuestra salud digestiva va depender en gran medida de tener unos hábitos alimentarios alineados con los de nuestras abuelas, y de dejar a un lado tanto ultraprocesado y tanto gastrocentrismo netamente hedónico.

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